martes, 11 de octubre de 2016

Una historia verde para la Algaida

Charca en la Algaida. (Fuente: Serbal)
Entre Roquetas y Aguadulce, como un gran pulmón verde, existe una amplio espacio natural conocido como la «Ribera de la Algaida». Aunque tibiamente revitalizado en los últimos años, lo cierto es que nunca antes la Algaida se había encontrado en un estado tan crítico: se ha usado a veces como vertedero o campo de motocross, su superficie se ha reducido notablemente y está amenazada por las urbanizaciones que el Ayuntamiento quiere construir a su alrededor. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Detengámonos primero a indagar qué significa ese extraño vocablo de «algaida». En el diccionario editado por la RAE en 1770 se dan dos acepciones que concuerdan muy bien con nuestra Ribera de la Algaida. En la primera se define como un cerro de arena que «suele el viento mudar de una parte á otra de las orillas del mar», mientras que la segunda, que quizás se acerque más, la menciona como un «bosque, ó sitio lleno de matorrales espesos».

La Algaida roquetera es una zona pantanosa que se extendía por el norte hasta la rambla de las Hortichuelas y por el sur llegaba hasta las proximidades del pueblo de Roquetas y su playa. Su carácter inundable, que todavía hoy conserva aunque algunos no quieran aceptarlo, residía en las varias ramblas que la atravesaban y que rara vez llegaban al mar. Sus aguas, por el contrario, se quedaban aquí estancadas.

No obstante, siempre fue un espacio que el ser humano supo aprovechar. Hasta el siglo XX se hacía un uso sostenible de ella, utilizando sus recursos pero cuidándola a la vez para que al año siguiente diese los mismo frutos. Aparte de la leña, el principal uso silvícola nos lo describe Francisco Torres Montes en su estudio «Nombres y usos tradicionales de las plantas silvestres de Almería»: el algazul y la sosa (o barrilla) se extraían y se quemaban para obtener de sus cenizas una especie de jabón con el que se lavaba la ropa.

Taray de la playa de los Bajos.
(Fuente: Consejería de Medio Ambiente)
Paralelamente era una territorio de pastoreo, por lo que encontramos caminos y abrevaderos en los que apacentar las reses. Un episodio hace esta zona todavía más singular: en la playa de los Bajos, ante la sorpresa de los pastores, el ganado tenía por buena costumbre lanzarse a las orillas del mar a beber agua. La explicación a tan curioso fenómeno reside en que allí manaban agua dulce subterránea.

La degradación de esta zona comenzó en el siglo XX, de mano de las Salinas de San Rafael. Una vez comprados varios terrenos en la parte sur de la Algaida, en 1905 se constituyó la compañía que construiría sobre ellos las charcas salineras. Esto supuso un primer golpe al reducir la extensión de este paraje natural, aunque por supuesto la mayor parte de él se siguió conservando. Pero las salinas también agredieron a la Algaida esta vez talando numerosos acebuches, encinas y taráis en un sector de alta densidad arbórea situado en el noroeste de la Algaida: el Bosque.

Esta madera se empleó para alimentar unos motores llamados «de gas pobre», gas que se generaba a partir de la combustión de vegetal. Por suerte todavía quedan bastantes taráis dispersos por la Algaida. Uno de es el situado en la playa de los Bajos a pocos metros de la orilla, que por suerte se encuentra protegido como «árbol singular de Andalucía».

Chorlitejo patinegro anidando
en las Salinas. (Fuente: Serbal)
¿Existen opciones de restaurar el valor ambiental de la Algaida? La mayor parte de las antiguas Salinas ha sido urbanizada, por lo que es un espacio que nunca volverá a reconquistar la Algaida. Pero las últimas charcas salineras que quedan, esas que según el plan del Ayuntamiento pronto se convertirán en una oda al ladrillo, el cemento y el hormigón, ya están siendo recuperadas por la propia naturaleza. Allí hoy se alternan en perfecta simbiosis antiguos canales y compuertas salineras con flora y fauna típica de la zona. En consecuencia, es preciso proteger y blindar ante la especulación urbanística las Salinas y toda la Ribera de la Algaida, para que con el lento paso del tiempo y la ayuda humana se fuese rehabilitando.

No queda otra, pues es evidente que esta joya roquetera que combina naturaleza y patrimonio histórico en el siglo XX y el actual XXI sólo se ha empleado para destruirse, nunca para admirarlo. De hecho, sorprende que los roqueteros hasta el siglo pasado, con menos conocimientos que hoy, nulos recursos económicos e inexistente conciencia medioambiental supieran conservar este espacio tan bien, y hoy estamos a punto de llevarlo a su colapso. La decisión es nuestra, pues ya sabemos que el pasado de la Algaida estaba teñido de color verde: de nosotros depende que su futuro no sea negro.
(Artículo escrito por Juan Miguel Galdeano Manzano y publicado en el Ideal de Roquetas, Vícar y La Mojonera en la edición mensual de octubre de 2016, en la sección «De Turaniana a Las Roquetas»)